La tía los había dejado en herencia a una respetable solterona sin familia, a condición de invertirlos en el abono anual a una butaca de la segunda fila izquierda y en funciones de sábado noche, que era cuando se daban las mejores obras. Una sola obligación se estipulaba para la heredera: que cada sábado por la noche recordase a la tía que reposaba en la sepultura. Tal era la religión de mi tía. (Autor: Hans Christian Andersen) |