El pobre cretino se acostó y no se le vio en todo el día; al atardecer fue en busca de Rudi. -Escríbeme una carta. Saperli no sabe escribir. Pero Saperli puede llevar la carta a correos. -¿Quieres mandar una carta? -preguntó Rudi-. ¿A quién? -A Nuestro Señor Jesucristo. -¿Qué estás diciendo? El idiota, al que llamaban cretino, dirigió al muchacho una mirada conmovedora, y, doblando las manos, dijo con acento solemne y piadoso: -A Jesucristo. ¡Saperli quiere mandarle una carta, quiere pedirle que el muerto en esta casa sea Saperli y no aquel hombre. Rudi le estrechó la mano. -La carta no llegaría. ¡La carta no nos lo puede devolver! Le resultaba difícil al niño explicar a Saperli por qué era imposible aquello. -¡Ahora eres tú el apoyo de esta casa! -le dijo su madre adoptiva. Y Rudi aceptó la carga. (Autor: Hans Christian Andersen)
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