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       La Virgen de los Ventisqueros. (5)
         
      

    El Vértigo obedeció. Vino uno, o, mejor dicho, tres, pues el Vértigo tiene una caterva de hermanos: unos viven al aire libre, en plena Naturaleza, y otros en los edificios; se sientan en las barandillas de las escaleras y en las balaustradas de las torres, corren como ardillas por los bordes de las rocas, saltan desde allí al vacío, flotan en el aire como el nadador en el agua y atraen a sus víctimas, situadas a un paso del abismo. Tanto la Virgen de los Ventisqueros como el Vértigo atacan a los humanos, del mismo modo que el pólipo se agarra a todo lo que se mueve a su alcance. Entre la multitud de Vértigos, la Virgen eligió al más fuerte para que se apoderase de Rudi.

    -¡No es poco lo que me pides! -dijo el Vértigo-. A éste no puedo cogerlo, ese maldito gato lo adiestró en sus artes. Además, este hijo de los hombres parece estar protegido por un poder que me rechaza. No consigo alcanzar al chiquillo por mucho que, cogido de una rama, se columpie sobre el abismo, aunque, le haga cosquillas en las plantas de los pies o le envíe mi aliento al rostro. ¡No puedo con él!

    -Pues podremos -dijo la Virgen-, tú o yo; ¡si, yo, yo!

    -¡No, no! -se oyó, como si fuera el eco de las campanas de la iglesia. Pero era un canto, eran palabras verdaderas, era el coro armonioso de otros espíritus naturales más clementes, amorosos y bondadosos; las hijas de los rayos del sol. Todas las noches se disponen en círculo en las cumbres montañosas y extienden sus rosadas alas, cuyo rojo resplandor va intensificándose a medida que el astro se oculta bajo el horizonte. Los altos prados naturales brillan con el «arrebol alpestre», que así lo llaman los hombres. Luego, cuando el sol se ha puesto, se refugian en las puntas de las rocas y en la blanca nieve, donde se echan a dormir, hasta que reaparecen con la aurora. Sienten particular preferencia por las flores, las mariposas y los seres humanos, y entre éstos habían hecho a Rudi objeto de especial predilección. «¡No lo cogerán, no lo cogerán!», cantaban.

    -¡Otros mayores y más fuertes han caído en mis manos! -respondía la Virgen de los Ventisqueros.

    Cantaron entonces las hijas del sol una canción acerca del caminante a quien el huracán había arrebatado el manto y lo arrastraba a velocidad vertiginosa. «El viento se llevó la envoltura, mas no al hombre. Pueden cogerlo, hijos de la fuerza bruta, pero no retenerlo; es más fuerte, más espiritual que nosotras mismas. Sube a mayor altura que el sol, nuestro padre; conoce la palabra mágica que ata al viento y al agua y hace que lo sirvan y obedezcan. Ustedes no hacen sino disolver el elemento que lo atrae hacia abajo, y así sólo conseguís que se eleve cada vez más alto.

    Tal era lo que cantaba el dulce coro, cuya voz resonaba como el eco de las campanas.

      

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    Hans Christian Andersen

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