Cierto joven leía en versos excelentes las dulces pastorelas con el mayor deleite.
Tenía la cabeza llena de prados, fuentes, pastores y zagalas, zampoñas y rabeles.
Al fin, cierta mañana prorrumpe de esta suerte: «¡Yo he de estar prisionero, cercado de paredes, esclavo de los hombres y sujeto a las leyes, pudiendo entre pastores grata y sencillamente disfrutar desde ahora la libertad campestre!
De la ciudad al bosque me marcho para siempre. Allí naturaleza me brinda con sus bienes, los árboles y ríos con frutas y con peces, los ganados y abejas con la miel y la leche; hasta las duras rocas habitación me ofrecen en grutas coronadas de pámpanos silvestres.
Desde tan bella estancia, ¿Cuántas y cuántas veces, al son de dulces flautas y sonoros rabeles, oiré a los pastores que discretos contienden, publicando en sus versos amores inocentes?
Como que ya diviso entre el ramaje verde a la pastora Nise, que al lado de una fuente, sentada al pie de un olmo, una guirnalda teje.
¿Si será para Mopso?..» Tanto el joven enciende su loca fantasía, que ya en fin se resuelve, y en zagal disfrazado, en los bosques se mete.