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Se levantó, y al pasar el dintel de la puerta, se le salió una zapatilla, y, así, tuvo que seguir hasta el medio de la calle descalzo de un pie, con el delantal puesto, en una mano la cadena de oro, y la tenaza en la otra; y el sol inundaba la calle con sus brillantes rayos. Levantando la cabeza, el orfebre miró al pajarito: - ¡Qué bien cantas! - le dijo -. ¡Repite tu canción!. - No - contestó el pájaro; si no me pagan, no la vuelvo a cantar. Dame tu cadena y volveré a cantar. - Ahí tienes la cadena - dijo el orfebre -. Repite la canción. Bajó volando el pájaro, cogió con la patita derecha la cadena y, posándose enfrente del orfebre, cantó: “Mi madre me mató, mi padre me comió, y mí buena hermanita mis huesecitos guardó. Los guardó en un pañito de seda, ¡muy bonito!, y al pie del enebro los enterró. Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!”. Voló la avecilla a la tienda del zapatero y, posándose en el tejado, volvió a cantar: “Mi madre me mató, mi padre me comió, y mi buena hermanita mis huesecitos guardó. Los guardó en un pañito de seda, ¡muy bonito!, y al pie del enebro los enterró. Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!”.
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