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- “¡Hay que ver,” dijo Catalinita, “cómo han desgarrado, roto y hundido esta pobre tierra!. ¡Jamás se repondrá de esto!”. Llena de compasión, sacó la mantequilla y se puso a untar las roderas, a derecha e izquierda, para que las ruedas no las oprimiesen tanto. Y, al inclinarse para poner en práctica su caritativa intención, cayóle uno de los quesos y echó a rodar monte abajo. Dijo Catalinita: - “Yo no vuelvo a recorrer este camino; soltaré otro que vaya a buscarlo.” Y, cogiendo otro queso, lo soltó en pos del primero. Pero como ninguno de los dos volviese, echó un tercero, pensando: Tal vez quieran compañía, y no les guste subir solos. Al no reaparecer ninguno de los tres, dijo ella: - “¿Qué querrá decir esto?. A lo mejor, el tercero se ha extraviado; echaré el cuarto, que lo busque.” Pero el cuarto no se portó mejor que el tercero, y Catalinita, irritada, arrojó el quinto y el sexto, que eran los últimos. Quedóse un rato parada, el oído atento, en espera de que volviesen; pero al cabo, impacientándose, exclamó: - “Para ir a buscar a la muerte serviríais. ¡Tanto tiempo, para nada!. ¿Pensáis que voy a seguir aguardándoos?. Me marcho y ya me alcanzaréis, pues corréis más que yo.” Y, prosiguiendo su camino, encontróse luego con Federico, que se había detenido a esperarla, pues tenía hambre. . “Dame ya de lo que traes, mujer.” Ella le alargó pan solo. - “¿Dónde están la mantequilla y el queso”. - “¡Ay, Federiquito!” exclamó Catalinita, “con la mantequilla unté los carriles, y los quesos no deberán tardar en volver. Se me escapó uno y solté a los otros en su busca.” Y dijo Federico: “No debiste hacerlo, Catalinita.” - “Sí, Federiquito, pero, ¿por qué no me avisaste?”. Comieron juntos el pan seco, y luego Federico dijo: - “Catalinita, ¿aseguraste la casa antes de salir?”. - “No, Federiquito; como no me lo dijiste”. - “Pues vuelve a casa y ciérrala bien antes de seguir adelante; y, además, trae alguna otra cosa para comer; te aguardaré aquí”. Catalinita reemprendió el camino de vuelta, pensando: Federiquito quiere comer alguna otra cosa; por lo visto no le gustan el queso y la mantequilla. Le traeré unos orejones en un pañuelo, y un jarro de vinagre para beber. Al llegar a su casa cerró con cerrojo la puerta superior y desmontó la inferior y se la cargó a la espalda, creyendo que, llevándose la puerta, quedaría la casa asegurada. Con toda calma, recorrió de nuevo el camino, pensando: así, Federiquito podrá descansar más rato. Cuando llegó adonde él la aguardaba, le dijo: - “Toma, Federiquito, aquí tienes la puerta; así podrás guardar la casa mejor.” - “¡Santo Dios!”, exclamó él, “¡y qué mujer más inteligente me habéis dado!. Quitas la puerta de abajo para que todo el mundo pueda entrar, y cierras con cerrojo la de arriba. Ahora es demasiado tarde para volver; mas, ya que has traído la puerta, tú la llevarás.”
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