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Voy al campo a cortar hierba.” Cuando llegó al campo, se dijo: ¿Qué haré primero: cortar, comer o dormir?. Empecemos por comer. Y Catalinita comió, y después entróle sueño, por lo que, cortando, medio dormida, se rompió todos los vestidos: el delantal, la falda y la camisa, y cuando se despabiló, al cabo de mucho rato, viéndose medio desnuda, preguntóse: ¿Soy yo o no soy yo?. ¡Ay, pues no soy yo!. Mientras tanto, había oscurecido; Catalinita se fue al pueblo y, llamando a la ventana de su marido, gritó: - “¡Federiquito!”. - “¿Qué pasa?”. - “¿Está Catalinita en casa?”. - “Sí, sí,” respondió Federico, “debe de estar acostada, durmiendo.” Y dijo ella: - “Entonces es seguro que estoy en casa,” y echó a correr. En despoblado encontróse con unos ladrones que se preparaban para robar. Acercándose a ellos, les dijo: - “Yo os ayudaré.” Los bribones pensaron que conocía las oportunidades del lugar y se declararon conformes. Catalinita pasaba por delante de las casas gritando: - “¡Eh, gente! ¿tenéis algo?. ¡Queremos robar!”. - “¡Buena la hemos hecho!”, dijeron los ladrones, mientras pensaban cómo podrían deshacerse de Catalinita. Al fin le dijeron: - “A la salida del pueblo, el cura tiene un campo de remolachas; ve a recoger un montón.” Catalinita se fue al campo a coger remolachas; pero lo hacía con tanto brío que no se levantaba del suelo. Acertó a pasar un hombre que, deteniéndose a mirarla, pensó que el diablo estaba revolviendo el campo. Corrió, pues, a la casa del cura, y le dijo: - “Señor cura, en vuestro campo está el diablo arrancando remolachas.” - “¡Dios mío!”, exclamó el párroco, “¡tengo una pierna coja, no puedo salir a echarlo!”. Respondióle el hombre: - “Yo os ayudaré,” y lo sostuvo hasta llegar al campo, en el preciso momento en que Catalinita se enderezaba. “¡Es el diablo!”, exclamó el cura, y los dos echaron a correr; y el santo varón tenía tanto miedo que, olvidándose de su pierna coja, dejó atrás al hombre que lo había sostenido.
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