Los campesinos indignados al ver que habían sido engañados por el destripaterrones, y, ansiosos de vengarse, lo acusaron de engaño ante el alcalde. El destripaterrones fue condenado a muerte por unanimidad: sería metido en un barril agujereado y arrojado al río. Lo condujeron a las afueras del pueblo, y dijeron al sacristán que hiciera venir al cura para que le rezara la misa de difuntos. Todos los demás hubieron de alejarse, y al ver el destripaterrones al sacristán, reconoció al que había sorprendido en casa del molinero y le dijo: - ¡Yo te saqué del armario; sácame ahora tú del barril!. Acertó a pasar en aquel momento, guiando un rebaño de ovejas, un pastor de quien sabía el destripaterrones que tenía muchas ganas de ser alcalde, y se puso a gritar con todas sus fuerzas: - ¡No, no lo haré! ¡Aunque el mundo entero se empeñe, no lo haré!. Oyendo el pastor las voces, se acercó y preguntó: - ¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que no quieres hacer?. Y respondió el condenado: - Se empeñan en hacerme alcalde si consiento en meterme en el barril; pero yo me niego. A lo cual replicó el pastor: - Si para ser alcalde basta con meterse en el barril, yo estoy dispuesto a hacerlo enseguida. - Si entras, serás alcalde, le aseguró el labriego. El hombre se avino, y se metió en el barril, mientras el otro aplicaba la cubierta y la clavaba. Luego se alejó con el rebaño del pastor. El cura volvió a la aldea y anunció que había rezado la misa, por lo que, fueron todos al lugar de la ejecución, empujaron el barril, el cual comenzó a rodar por la ladera. Gritaba el pastor: - ¡Yo quisiera ser alcalde!, pero los presentes, pensando que era el destripaterrones el que así gritaba, respondían: - ¡También nosotros lo quisiéramos, pero primero tendrás que dar un vistazo allá abajo!, y el barril se precipitó en el río. Regresaron los aldeanos a sus casas, y al entrar en el pueblo se toparon con el destripaterrones, que, muy pimpante y satisfecho, llegaba también conduciendo su rebaño de ovejas. Asombrados, le preguntaron: - Destripaterrones, ¿de dónde sales? ¿Vienes del río?. - Claro, respondió el hombre-, me he hundido mucho, mucho, hasta que, por fin, toqué el fondo. Quité la tapa del barril y salí de él, y he aquí que me encontré en unos bellísimos prados donde pacían muchísimos corderos, y me he traído esta manada. Preguntaron los campesinos: - ¿Y quedan todavía?. - Ya lo creo, respondió él-; más de los que pueden llevar. Entonces los aldeanos convinieron en ir todos a buscar rebaños; y el alcalde dijo: - Yo voy delante.
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