Sabid continuaba sin entender cómo podría ayudarlo un mendigo, pero antes que pudiera decir nada, éste le mostró una pequeña botella que contenía un líquido azulino transparente y agregó, este licor hará que tus deseos se hagan realidad, pero eso sí, tiene un precio. El muchacho seguía sin entender, pero su deseo de casarse con la bella princesa eran más fuertes y se animó a preguntarle, ¿Cómo puede ser eso posible? - Muy fácil, contestó el mendigo. Este licor viene de un lugar muy lejano, donde la magia es común. Mi padre que era un gran mago me lo dio antes de morir. - ¿Cómo sé que dices la verdad? - No lo sabes, pero si tu amor es tan fuerte debes arriesgarte. - ¿Y cuánto debo pagar por ella? Yo no tengo dinero. - No es dinero lo que debes entregar. - ¿Y qué, entonces?, preguntó Sabid, preocupado. - Son años. - ¿Años? - Sí, años. Al tomar el licor todo lo que deseas se cumplirá, pero al cabo de diez años deberás pagar con el doble de los años que hayas vivido. - ¿Cómo puede ser eso posible? - Prueba y verás, pero recuerda en diez años se te quitará el doble de los años ya vividos. Sabid era joven, recién había cumplido 20 años por lo que en ese momento no le preocupaba mucho regalar años a nadie, sentía que tenía toda la vida por delante y lo que más quería era casarse con Yurema. Aceptó, bebió el licor y se sintió transportado. De pronto estaba en el palacio, sentado junto al Sultán y Yurema, no lo podía creer, Yurema, la flor más bella del desierto, era su esposa. Pasaron los años, nacieron sus hijos, era tan feliz que nunca volvió a pensar en el mendigo. Diez años después, una mañana al despertar sintió que le costaba levantarse, se paró lentamente y vio su reflejo en un espejo, se había convertido en un anciano de cabellos y barba blanca, su cara estaba llena de arrugas y su espalda encorvada. No podía creer lo que le sucedía, pero recordó las palabras del mendigo “Recuerda en diez años se te quitará el doble de los años que hayas vivido”. Había sucedido y Sabid no podía presentarse así ante su hermosa esposa y sus hijos, no podía explicarles que se había valido de magia para lograr su amor. Decidió dejar el palacio sin que lo vieran y volver a la casa de su padre. Caminó todo el día hasta llegar a la puerta del que había sido su hogar, llamó, sus manos envejecidas le temblaban, un hombre más joven que él le abrió la puerta y reconoció a su hermano Caleb, pero éste sin reconocerlo creyó que era un caminante y le ofreció agua fresca y descansar a la sombra del patio. Se enteró así que su padre había muerto muy triste por la desaparición de su hijo menor y que sus otros hermanos se habían casado y vivían en diferentes ciudades, no se animó a revelar su secreto y después de haber descansado agradeció la hospitalidad y partió.
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