Ya en el camino, solo, pensó en todo lo que había perdido, a su amada esposa, sus hijos, su padre y sus hermanos y se preguntó si había valido la pena. Sintió pasos cerca de él, era el mendigo que le había ofrecido el licor diez años atrás, lo esperó y continuaron juntos el camino, sin hablarse, el sol ya se ponía, el día terminaba y quedaba bastante camino por recorrer. Era de noche cuando llegaron a una choza, Sabid reconoció el lugar en el que había estado hacía diez años.El mendigo prendió el fuego y comenzó a preparar la cena. Sabid se recostó, sintió pena por su padre, por su vida perdida, cerró sus ojos cansados y se durmió. Al despertar, el mendigo le acercaba un tazón y le decía al oído: - Por fin despertaste, toma un poco de sopa. Al agarrarlo vio sus manos, eran las de un joven, se tocó la cara y no sintió arrugas - ¿Qué me sucedió?, preguntó, nervioso. - Nada, respondió el mendigo, te caíste de las escalinatas del templo y como no reaccionabas te traje a mi casa para que te recuperases. Sabid, loco de alegría se incorporó, besó al mendigo y salió de la choza para dirigirse a la casa de su padre, no podía creer lo que había sucedido, todo había sido un sueño pensó, caminó unos pasos y se volvió para saludar. La choza estaba iluminada y logró ver junto a la ventan el reflejo de algo, era una pequeña botella, una botella de color azulino. (Autora: María Delia Minor).
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