Estás encantadora llorando. Te pareces a mí el día de mi boda. ¡Llora, llora, Emilia querida! -Sí, habré de llorar -replicó la muchacha- si tú y papá no decís que sí. -¡Hija! -exclamó la generala-. Tú estás enferma, estás delirando, y por tu culpa voy a recaer en mi terrible jaqueca. ¡Qué desgracia ha caído sobre nuestra casa! ¿Quieres la muerte de tu madre, Emilia? Te quedarás sin madre. Y a la generala se le humedecieron los ojos; no podía soportar la idea de su propia muerte. (Autor: Hans Christian Andersen) |