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* * * El escenario era el bosque del Gudenaa, cerca del erial de Seis; la atmósfera era gris, y los brezos estaban marchitos; las tormentas de Poniente barrían las hojas amarillas, arrojándolas al río y al otro lado del erial, donde se levantaba la casa de turba del barquero, habitada ahora por personas desconocidas. Pero bajo el Aas, resguardada del viento por los altos árboles, se alzaba la casita, blanqueada y pintada. En el interior ardía la turba en el horno y entraba el sol, que se reflejaba en dos ojos infantiles; el canto primaveral de la alondra resonaba en las palabras que salían de la boquita roja y sonriente: había allí vida y alegría, pues Cristinita estaba presente. Estaba sentada en las rodillas de Ib, que era para ella padre y madre a la vez -aquellos padres que habían desaparecido como se esfuma el sueño para niños y mayores. Ib vivía en la casita linda y bien cuidada, en desahogada posición; la madre de la chiquilla yacía en el cementerio de los pobres de la ciudad de Copenhague. Ib tenía dinero en su arca, se decía; ¡oro de la negra tierra! Y tenía, además, a Cristinita. (Autor: Hans Christian Andersen) |