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A un lobo vivo arránquenle el pellejo,
y mandad que os le apliquen al instante,
y por más que estéis débil, flaco y viejo,
os sentiréis robusto y rozagante,
con apetito tal, que sin esfuerzo
el mismo lobo os servirá de almuerzo.»
Convino el Rey, y entre el furor y el hierro
murió el infeliz lobo como un perro.
Así viven y mueren cada día
en su guerra interior los palaciegos
que con la emulación rabiosa ciegos
al degüello se tiran a porfía.
Tomen esta lección muy oportuna:
lleguen a la privanza enhorabuena,
mas labren su fortuna
sin cimentarla en la desgracia ajena.
( Autor: Samaniego).
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