El fidedigno Padre Valdecebro, que en discurrir historias de animales se calentó un día el celebro, pintándolos con pelos y señales; con estilo encumbrado y elocuente del unicornio cuenta maravillas, y el ave Fénix cree a pies juntillas, (no lo tengo bien presente si es en el libro octavo, o el noveno), refiere el caso de un famoso mono.
Éste, pues, que era muy diestro en mil habilidades, y servía a un gran titiritero, quiso un dia, mientras estaba ausente su maestro, convidar diferentes animales de aquellos más amigos a que fuesen los testigos de todas sus monadas principales.
Empezó por hacer la mortecina; después bailó en la cuerda a la harlequina, con el salto mortal, y la campana; luego el despeñadero, la espatarrada, vueltas de carnero, y al fin el ejercicio a la Prusiana.
De estas y de otras gracias hizo alarde. mas lo mejor faltaba todavía; pues, imitando lo que su amo hacía, ofrecerles pensó, porque la tarde completa fuese, y la función amena, de la linterna mágica una escena.
Luego que la atención del auditorio con un buen preparatorio exordio concilió, según es uso, detrás de aquella máquina se puso; y durante el hábil manejo de los vidrios pintados fáciles de mover a todos lados, las diversas variedades de figuras iba explicando con loquaz despejo.
Estaba el cuarto a oscuras, cual se requiere en casos semejantes; y aunque los circunstantes observaban muy atentos, ninguno ver podía los portentos que con tanta parola y grave tono les anunciaba el ingenioso mono.
Todos se confundían, sospechando que aquello era burlarse de la gente. Estaba el mono ya corrido, cuando entró el maese Pedro de repente, e informado del lance, entre severo y risueño le dijo: majadero, ¿De qué sirve tu charla sempiterna, si tienes apagada la linterna?.
Perdonadme, sutiles y altas musas, las que hacéis vanidad de ser confusas. ¿Os puedo yo decir con mejor modo que sin la claridad os falta todo?.