Cansada de paja y cebada, una mula de alquiler salía de la posada, y tanto empezó á correr, que apenas el caminante la podía detener.
No dudó que en un instante su media jornada haría; pero algo más adelante la falsa caballería ya iba retardando el paso.
¿Si lo hará de picardía?... Harre!... Te paras?... Acaso metiendo la espuela... Nada. Múcho me temo un fracaso... Esta vara, que es delgada... Menos... Pues este aguijón... Mas ¿si estará ya cansada?
Coces tira... y mordiscón: Se vuelve contra el jinete... ¡Óh qué corcovo, qué envión! Aunque las piernas apriete... Ni por ésas... Voto á quién!
Barrabás que la sujete... Por fin, dió en tierra... Muy bien! ¿Y eres tú la que corrías?... ¡Mal muermo te mate, amén! No me fiaré en mis días de mula que empiece haciendo semejantes valentías.
Después de este lance, y viendo que un autor ha principiado con altisonante estruendo.
Al punto digo: ¡Cuidado! Tente, hombre; que te has de ver en el vergonzoso estado de la mula de alquiler.
Moraleja:
Los que empiezan elevando el estilo, se ven tal vez precisados a humillarle después demasiado.