De Santo Domingo trajo dos loros una señora. La isla en parte es francesa, y en otra parte española.
Así, cada animalito hablaba distinto idioma. Pusiéronlos al balcón, siendo aquello Babilonia.
Del francés y castellano hicieron tal pepitoria, que al tiempo ya no sabían hablar ni una lengua ni otra.
El francés del español tomó voces, aunque pocas; el español al francés casi se las toma todas.
Manda el ama separarlos, y el francés luego reforma las palabras que aprendió de lengua que no es de moda.
El español, al contrario, no olvida la jerigonza, y aun discurre que con ella ilustra su lengua propia.
Llegó a pedir en francés los garbanzos de la olla, y desde el balcón de enfrente una erudita cotorra la carcajada soltó, haciendo del loro mofa.
Él respondió solamente, como por tacha afrentosa: «Vos no sois más que purista». Y ella dijo: «A mucha honra». ¡Vaya, que los loros son lo mismo que las personas!.
Moraleja:
Los que corrompen su idioma no tienen otro desquite que llamar puristas a los que le hablan con propiedad, como si el serlo fuera tacha.