Ello es que hay animales muy científicos en curarse con varios específicos, y en conservar su construcción orgánica, como hábiles que son en la botánica; pues conocen las hierbas diuréticas, catárticas, narcóticas, eméticas, febrífugas, estípticas, prolíficas, cefálicas también y sudoríficas.
En esto era gran práctico y teórico un gato, pedantísimo retórico, que hablaba en un estilo tan enfático como el más estirado catedrático.
Yendo a caza de plantas salutíferas, dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan mortíferas! Quiero, por mis turgencias semihidrópicas, chupar el zumo de hojas heliotrópicas...»
Atónito el lagarto con lo exótico, de todo aquel preámbulo estrambótico, no entendió más la frase macarrónica que si le hablasen lengua babilónica.
Pero notó que el charlatán ridículo, de hojas de girasol llenó el ventrículo; y le dijo: Ya, en fin, señor hidrópico, he entendido lo que es zumo heliotrópico...
¡Y no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo, aunque se fue en ayunas del catálogo de términos tan raros y magníficos, hizo del gato elogios honoríficos!
Sí; que hay quien tiene la hinchazón por mérito, y el hablar liso y llano por demérito. Mas ya que esos amantes de hiperbólicas cláusulas, y metáforas diabólicas, de retumbantes voces el depósito apuran, aunque salga un despropósito, caiga sobre su estilo problemático este apólogo esdrújulo-enigmático.
Moraleja:
Por más ridículo que sea el estilo retumbante, siempre habrá necios que le aplaudan, sólo por la razón de que se quedan sin entenderle.