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Bien habrá visto el buen lector, en una hostería o convento, un artificioso invento para que ande el asador. Rueda de madera es con escalones, y un perro metido en aquel encierro la da vueltas con los pies. Parece que cierto can que la máquina movía, empezó a decir un día: Bien trabajo, y ¿qué me dan? ¡Cómo sudo! ¡ay, infeliz! Y al tiempo, por grande exceso, me arrojarán algún hueso que sobre de esa perdiz. Con mucha incomodidad aquí la vida se pasa: Me iré, no sólo de casa, mas también de la ciudad. Apenas le dieron suelta, huyendo con disimulo, llegó al campo, en donde un mulo a una noria daba vueltas. Y no le hubo visto bien, cuando dijo: ¿Quién va allá? Parece que por acá asamos carne también. No aso carne; que agua saco, (el mulo le respondió.) Eso también lo haré yo, saltó el can, aunque estoy flaco. Como esa rueda es mayor, algo más trabajaré. ¿Tanto pesa?... Pues ¿y qué? ¿No andó la de mi asador?
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