Cargado de conejos y muerto de calor, una tarde de lejos a su casa volvía un cazador. Encontró en el camino, muy cerca del lugar, a un amigo y vecino, a quien su fortuna le empezó a contar. Me afané todo el día le dijo; pero qué, si mejor cacería no la he logrado ni la lograré. Desde por la mañana es cierto que sufrí una buena solana; pero mira qué gazapos traigo aquí. Te digo y te repito, fuera de vanidad, que en todo este distrito no hay cazador de mayor habilidad. Con el oído atento escuchaba un hurón este razonamiento desde el corcho en que tiene su mansión. Y el puntiagudo hocico sacando por la red, dijo a su amo: Suplico dos palabritas, con perdón de usted. Vaya, ¿cuál de nosotros fue el que más trabajó? Esos gazapos y otros, ¿quién se los ha cazado sitio yo? Patrón, ¿tan poco valgo que me tratan así? Me parece que en algo bien pudiera hacer mención de mí. Cualquiera pensaría que este aviso moral seguramente liaría al cazador gran fuerza; pues no hay tal. Se quedó tan sereno como ingrato escritor que del auxilio ajeno se aprovecha, sin citar al bienhechor. Moraleja: A los que se aprovechan de las noticias de otros, y tienen la ingratitud de no citarlos.
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