Diabólica refriega dentro de una bodega se trabó entre infinitos bebedores mosquitos.
(Pero extraño una cosa; que el buen Villaviciosa no hiciese en su Mosquea mención de esta pelea.)
Era el caso, que muchos expertos y machuchos, con tesón defendían que ya no se cogían aquellos vinos puros, generosos, maduros, gustosos y fragantes que se tomaban antes.
En sentir de otros varios, a esta opinión contrarios, los vinos excelentes eran los más recientes; y del opuesto bando se burlaban, culpando tales ponderaciones como declamaciones de apasionados jueces, amigos de vejeces.
Al agudo zumbido de uno u otro partido se hundía la bodega; cuando de repente llega un anciano mosquito, catador muy perito, y dice, echando un taco:
¡Por vida del dios Baco! (Entre ellos ya se sabe que es juramento grave): donde yo estoy, ninguno dará más oportuno ni más fundado voto: cese ya el alboroto.
¿No ven que soy navarro, que en tonel, bota o jarro, barril, tinaja o cuba, el jugo de la uva difícilmente evita mi cumplida visita?