Sirvió en muchos combates una espada tersa, fina, cortante, bien templada, la más famosa que salió de mano de un insigne fabricante toledano.
Fue pasando por manos de varios dueños, y airosos los sacó de mil empeños. Vendióse en almonedas diferentes, hasta que por extraños accidentes vino, en fin, a parar ¡quién lo diría! A un oscuro rincón de una hostería, donde, cual mueble inútil, arrimada, se tomaba de orín. Una criada por mandato de su amo el posadero, que debía ser gran majadero, se la llevó una vez a la cocina: atravesó con ella una gallina; e hizo un asador hecho y derecho con la espada que fue de honra y provecho.
Mientras esto pasaba en la posada, en la corte comprar quiso una espada cierto recién llegado forastero, transformado de payo en caballero.
El espadero, viendo que al presente es la espada un adorno solamente, y que pasa por buena cualquier hoja, siendo de moda el puño que se escoja, díjole que volviese al otro día.
Un asador que en su cocina había luego desbasta, afila y acicala, y por espada de Tomás de Ayala al pobre forastero, que no entiende de semejantes compras, se la vende; siendo tan picarón el espadero como fue de mentecato el posadero.
¿Mas de igual ignorancia o picardía nuestra nación quejarse no podría contra los traductores de dos clases, que infestada la tienen con sus frases? Unos traducen obras celebradas, y en asadores vuelven las espadas: otros hay que traducen las peores, y venden por espadas asadores.
Moraleja:
Tanto daño causan los que traducen mal obras buenas, como los que traducen bien obras malas.