|
Apetito nunca tuvo acabando de comer, ni gozó salud completa cuando no se hallaba bien. Se murió del mal de arrugas, ya encorvada como un tres, y jamás volvió a quejarse ni de hambre ni de sed. Y esta pobre viejecita al morir no dejó más que onzas, joyas, tierras, casas, ocho gatos y un turpial Duerma en paz, y Dios permita que logremos disfrutar las pobrezas de esa pobre y morir del mismo mal.
|
|